Confianza en nosotros mismos (REINALDO ITURRIZA)
En lo que concierne al
antichavismo, una situación tan incierta como la que tenemos en frente
lo sorprende en un estado de debilidad casi sin precedentes. El
descalabro que han significado los resultados de las dos más recientes
contiendas electorales ha dejado a la clase política opositora en un
estado de precariedad estratégica comparable a la que ya padeció después
del referéndum de 2004. Y tendríamos que resaltar que se trata de
precariedad estratégica en sentido estricto: la estrategia de desgaste
que hizo suya a partir de 2007, concebida para cosechar éxitos a largo
plazo (presidenciales de 2013) resultó ser insuficiente para derrotar al
chavismo. Desmoralizado, sin arrestos para la autocrítica, acudió en
diciembre (o más bien dejó de acudir) a unas elecciones regionales en
las que encajó derrotas que no estaban en sus planes: Zulia, Carabobo,
Táchira, Nueva Esparta, etc. Las demostraciones de intolerancia política luego de la derrota en las presidenciales,
y en particular el mapa que ha resultado luego del 16 de diciembre, y
que nos muestra el territorio del antichavismo duro, reducido a zonas
urbanas de clase media y alta, eventualmente nos estaría señalando qué
debemos esperar de las fuerzas contrarias a la revolución bolivariana:
¿reasumirá el protagonismo el antichavismo más confrontacional? Eso está
por verse.
Lo anterior no quiere
decir en lo absoluto que el antichavismo está condenado a la cortedad de
miras, a la derrota. Quiere decir, a lo sumo, que está en clara
desventaja. Así lo indican su propensión al chisme y a la intriga
(alentando la división de la dirección política del chavismo), la
mediocridad de los análisis de sus portavoces más conspicuos (sobre todo
los relativos al "post-chavismo" y al "chavismo sin Chávez"),
la pertinaz apuesta por un golpe de suerte o una catástrofe que, de
carambolas, lo deje bien parado, y las denuncias sobre la "falta absoluta" que supondría el hecho de que el comandante Chávez no asuma el 10 de enero ante la Asamblea Nacional. ¿Golpe constitucional? Demasiado extravío.
La debilidad congénita
de los análisis sobre el llamado "post-chavismo" o el tan mentado
"chavismo sin Chávez" está relacionada con una dificultad que ya hemos
visto antes: la dificultad de pensar (y mucho menos entender) al
chavismo. Si no se le piensa, porque se le desmerece como objeto de
estudio, pero sobre todo se le menosprecia como sujeto de conocimiento,
¿cómo se puede pretender entender o predecir lo que vendría "después" de
Chávez o del mismo chavismo?
Pero esta debilidad, que
vale fundamentalmente para el antichavismo, debe servir como un llamado
de alerta al mismo campo chavista. Esta incomprensión sobre lo que
somos, sobre lo que hemos sido capaces de hacer, sobre nuestras
fortalezas y debilidades, puede poner en serio riesgo nuestra actual
posición de ventaja, y más en un momento signado, como ya hemos dicho,
por la incertidumbre, y por la posibilidad cierta de una inversión de
las posiciones.
Comprender el chavismo
significa varias cosas al mismo tiempo, pero significa en primer lugar
lo siguiente: asumir de una vez por todas que debemos estar prestos a
sumarnos a la pelea por ese significante tan potente, saliéndole al paso
a los oportunistas de todo tipo. Aún "significante" es un vocablo que
no le hace justicia a todo lo que está en juego: la pelea es por la
posibilidad de contar nuestra historia, de afirmarnos como sujeto
político revolucionario, por reafirmar a cada paso nuestro horizonte.
Es cierto que existe un
chavismo conservador y acomodaticio. Pero no puede haber dudas de que,
al menos en este momento histórico, sólo el chavismo es revolucionario, y
todas las fuerzas que se reclamen revolucionarias habrán de formar
parte del torrente chavista y reconocerse como tal.
La anterior es una
afirmación que tal vez escandalizará o ruborizará a cierta izquierda
que, en todo caso, tendrá que demostrar lo contrario. Igualmente,
producirá escozor a intelectuales o académicos progres (¿cuál es el
conocimiento que se está produciendo en las universidades creadas
durante la revolución bolivariana?), demasiado acostumbrados a mirar los
toros desde la barrera, y quizá formándose para contarnos dentro de un
par de décadas las verdades que el pueblo chavista hoy sabe de sobra.
Comprender el chavismo, entender cómo fue posible el milagro de la política,
cómo llegamos a ser esto que hoy somos, guarda relación directa con una
"tarea" siempre pendiente para quienes nos formamos en la izquierda:
esa que nos convoca a saldar cuentas con una cultura política salpicada
de prejuicios, arrogancia y prudente distancia frente a lo popular.
Significa reencontrarnos, pues, cada vez que haga falta, con lo popular.
Pero no lo popular abstracto, no el "pueblo" de los libros o de las
consignas, sino por ejemplo ese pueblo adeco y copeyano al que le
hablaba Chávez en 1999, y que distinguía de las cúpulas. Ese mismo
pueblo al que Chávez interpelaba una y otra vez, exigiéndole que
asumiera su responsabilidad, que levantara las banderas de Bolívar, de
Zamora, de Robinson. Ese pueblo que fue fundiéndose con el pueblo
militar. Ese pueblo real y rebelado que se encontró con un líder que le
mostró que podía llegar hasta donde quisiera y hacer cuanto se
propusiera, porque él era grande, digno, y estaba para mejores cosas.
Para aprender qué cosa
es la política hegemónica en sentido gramsciano bien vale leer al mismo
Gramsci. Pero si lo anterior puede resultar redundante, ¿qué será lo que
nos impide asimilar que primero hay que volver a escuchar al Chávez
candidato, allá por 1998, tanto como al Chávez ya electo explicando la
urgencia histórica de una Constituyente? Porque escucharlo de nuevo es
escucharnos, volver sobre nuestros pasos, retomar la idea que nos
hicimos entonces de la sociedad que ya no queríamos ser, tanto como la
idea de lo que queríamos construir. Es volver sobre un tiempo en que
consideramos que todo era posible, para no olvidar que hoy sigue
siéndolo. Más importante aún, es entender que la solución a nuestros
problemas provendrá de nosotros mismos, de nuestra historia, de nuestras
circunstancias.
Política hegemónica, sí,
que es todo lo contrario de la política sectaria de partidos o grupos
que reclaman la representación de una "clase" o de unos "pobres" que no
pasan de ser abstracciones o pretextos para no reconciliarse con el
pueblo real, porque están empeñados en reconciliarse con esencias. Tal
vez no será de las principales, pero no por eso deja de ser una amenaza:
llegado el tiempo de las resoluciones, seguir perdiendo tiempo y
energía muy valiosos compitiendo por quién es más "pobre" y quién ha
leído menos libros.
Una amenaza mayor es la
que se desprende del análisis según el cual el chavismo es un conjunto
monolítico, sin fisuras, cuyo principal reto sería crecer expandiendo su
área de influencia hacia la clase media, todavía "manipulada" por la
maquinaria propagandística antichavista. Aquí nos enfrentamos a un
desafío de alcance estratégico. Parte importante de nuestro esfuerzo
tendría que estar orientado a respondernos las siguientes preguntas: ¿de
qué hablamos cuando decimos clase media? ¿Cuál es su peso específico en
la división de clases de la sociedad venezolana? ¿Cuál es el peso de
eso que llamamos clases populares (estratos D y E)? ¿Cuántos millones de
venezolanos y venezolanas pertenecientes a las clases populares se
cuentan entre los 6 millones 591 mil 304 que votaron por Capriles
Radonski el 7 de octubre pasado? ¿Se ha producido una migración de las
clases populares hacia el antichavismo? De ser así, ¿de qué magnitud?
Hipótesis: sin
subestimar el peso y la importancia de las clases medias, no habrá
política hegemónica sin el apoyo decidido de las clases populares, y
este apoyo está lejos de estar asegurado, principalmente por nuestros
errores en los campos cultural, político, económico, etc. Actuar a
contravía de esta premisa puede preparar el terreno para el
adocenamiento de la revolución bolivariana.
Pero quizá la principal
amenaza que pende sobre el chavismo es la que se deriva de la influencia
que puedan llegar a ejercer las fuerzas que propicien su pasividad.
Nada más peligroso que el tono lastimero de cualquier iniciativa
oficial, por insignificante que parezca. Nada menos oportuno que
cualquier devaneo con el culto a la personalidad, que siempre tuvo como
efecto último la desmovilización y la derrota. Incluso la estabilidad,
bien político capital en las actuales circunstancias, debe lograrse con
el pueblo chavista en la calle. El ejercicio de gobierno debe evitar a
toda costa reproducir la lógica del pueblo beneficiario (otra forma de
pasividad). En fin, los nuevos desafíos son, en buena medida, los
viejos, sólo que "actualizados", y se expresan a su manera en un momento
sin duda vertiginoso.
En circunstancias como
las actuales, tan inciertas y azarosas, es preciso no perder la
perspectiva. El chavismo está vivo y fuerte. Y permanece en ventaja. Es
tiempo de tener confianza en nosotros mismos.
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